Castillo de Javier y Hecho, 20 de agosto de 2024

Castillo de Javier

Tras consultar las previsiones del tiempo, decidimos ir a los Pirineos, con el objetivo, entre otros, de subir a la Mesa de los Tres Reyes, el monte más alto de Navarra y del conjunto de Euskal Herria. Apenas quedaban alojamientos entre los que escoger y al final nos decidimos por una habitación de Bungalow en el camping Valle de Hecho entre los días 20 y 25 de agosto de 2024 por 462,17 euros. En el camino, mediante una llamada telefónica, reservamos para ambos una visita guiada en el Castillo de Javier, en el municipio del mismo nombre de Navarra.
Entrada al castillo de Javier

Es un edificio muy popular entre los navarros debido a la "Javierada", una peregrinación que se realiza desde al año 1940 desde diferentes pueblos navarros en la primera quincena del mes de marzo en honor a san Francisco Javier, nacido allí en el año 1506, uno de los 7 fundadores de la Compañía de Jesús, propietarios actuales del castillo.
Ídem.

El castillo de Javier fue construido en parte sobre la roca madre.
Torre del Homenaje

El edificio más antiguo del castillo es la torre del Homenaje o de San Miguel, que debió erigirse en los siglos X u XI. Tras la muerte del rey de Aragón y Pamplona, Alfonso I de Aragón (c. 1073-1134), ambos reinos se separaron y en 1217 el noble aragonés Ladrón Periz empeñó esta torre y la villa de Javier como garantía de un préstamo que le había hecho Sancho VII de Navarra (1194-1234). Como no pudo devolver el préstamo, el rey navarro los ganó en el año 1223, pasando a ser un bastión defensivo en un territorio de frontera entre ambos reinos. Nosotros este día nos alojamos en Hecho, el lugar donde, según la tradición, nació Alfonso I de Aragón.
Castillo de Javier

Tras la muerte de Sancho VII, su sucesor Teobaldo I (1234-1253) encomendó de por vida el castillo al noble Adán de Sada en el año 1236, que lo cedió a su vez a un familiar, Martín Aznárez de Sada, a cambio de otros territorios. Esta familia continuó ocupando el castillo hasta la conquista del reino de Navarra a finales del siglo XV, cuando pasó a ser propiedad de Juan de Jasso Atondo, Presidente del Consejo Real de Navarra, y de su esposa, María de Azpilicueta y Aznárez, padres de san Francisco Javier. Tras la conquista de Navarra en 1512 por las tropas de Fernando el Católico (1479-1516), el cardenal Cisneros en 1516 ordenó la destrucción del castillo de la familia de Juan de Jasso, que luchó en contra de Fernando el Católico. Sin embargo, el duque de Nájera, el encargado de ejecutar la orden, solo mandó derribar las murallas, cegar los fosos y desmochar la torre del Homenaje y dos torreones. Se mantuvo como palacio de armería hasta el siglo XVII y quedó deshabitado en el XVIII. 
Ídem.

En 1889 su propietaria, María del Carmen Azlor de Aragón Idiáquez, XV duquesa de Villahermosa y su marido, José Manuel de Goyeneche, conde de Guaqui, financiaron la reconstrucción del castillo y luego lo donaron a la Compañía de Jesús. No es exagerado decir que su reconstrucción (1896-1901) fue el resultado del capricho de la XV Duquesa de Villahermosa, como se desprende de la lectura de los siguiente párrafos.
XV Duquesa de Villahermosa, óleo sobre lienzo, segunda mitad siglo XIX, de Ricardo Madrazo

María del Carmen Azlor de Aragón (1846-1905), XV duquesa de Villahermosa y propietaria de Javier, entre 1891 y 1904 financió e impulsó la reconstrucción del castillo y la construcción de la basílica y de la Escuela Apostólica de San Francisco Xavier (en la actualidad convento), además de donar todo el conjunto a la Compañía de Jesús. El trabajo realizado se puede comprobar al comparar el estado actual del castillo con el que tenía antes de su reconstrucción según las acuarelas de 1889. El sacerdote jesuita José María Recondo Iribarren (1927-2003) publicó en 1957 en "El castillo de Xavier. Ensayo arqueológico" parte del manuscrito inédito "La heroína del Castillo de Javier" de su amigo Francisco Escalada Rodríguez (1870-1946), donde se refiere así a la XV Duquesa de Villahermosa:

«No deja de ser singularmente misterioso el modo con que esta ilustre dama llegó a encariñarse con el venerando Castillo. Era un día caluroso de verano; la pintoresca plaza de Zarauz, en el Cantábrico, estaba llena de aristocráticos veraneantes; el gran palacio del matrimonio Villahermosa-Guaqui, que se alzaba en la misma playa, había tenido una gran recepción y el banquete y las diversiones habían durado hasta altas horas de la noche. La de Guaqui, como entonces se la llamaba, había sido la reina de la fiesta. La nobleza de su sangre, la riqueza de su patrimonio, la agudeza de su ingenio y aun su hermosura corporal, según hoy lo denuncia su retrato al óleo, hecho por el renombrado pintor Ricardo Madrazo y que se guarda con cariño en el Castillo de Javier, habían cautivado la admiración de todos los concurrentes. La Duquesa, después de rezar sus oraciones habituales y de tomar agua bendita en una artística pila adornada con un grande y precioso crucifijo de marfil, que tenía a la cabecera de su cama, y que hoy se puede contemplar en la Cripta del Castillo de Javier, saliendo de la sacristía junto al mausoleo de esa piadosa señora, se durmió henchida de dulce satisfacción. A la mañana, al desayunar con su ilustrado bibliotecario, le dijo, en tono familiar: "Mélida, esta noche he tenido, no sé cómo llamarlo, si sueño o visión. Me pareció ver un castillo antiguo, medio arruinado, y sobre él un personaje misterioso lleno de resplandor que miraba al castillo con ternura, y dirigía hacia mí sus manos suplicantes". Hizo a continuación la Duquesa la descripción minuciosa del castillo y preguntó a su bibliotecario si entre sus vastos dominios se encontraba algún castillo parecido al que había visto; y el bibliotecario, que conocía bien los mayorazgos de la Duquesa, respondió sin detenerse: "Eso, señora, que habéis descrito es, ni más ni menos, el castillo de Javier, situado en Navarra, cuna bendita que fue del Apóstol de las Indias y del Japón San Francisco Javier". "Pues hemos de ir a verle sin tardanza", repuso ella. Y así sucedió; y al contemplarle, exclamó, conmovida: "Sí, sí, esto es lo que yo vi en sueños; he de restaurar y volver a su prístina grandeza este santo castillo; y desde ahora escojo por sepulcro la que fue cuna venturosa del gran Apóstol. Más aún, edificaré a su lado un colegio donde estudien niños que prosigan con el tiempo las empresas apostólicas de aquel gran Misioneros.»
Acuarela del castillo de Javier antes de su reconstrucción, de 1889

En una carta autobiográfica al P. Cros, fechada en Aranjuez el 12 de marzo de 1900, la XV Duquesa de Villahermosa le decía:

«Creo, mi R. P., haberle dicho que yo heredé el Castillo de Javier, y sus tierras, por mi madre, la Excma. Sra. Dª. María Josefa del Patrocinio Idiáquez y Corral Carvajal y Lancaster y Azlor de Aragón, etc., hija del Duque de Granada de Ega, Don Francisco Javier Idiáquez Carvajal y Lancaster (le mandaré los apellidos exactos para no equivocarme). Yo no visité Javier sino en 1887, hacia fines de octubre, no había la carretera de Sangüesa y tuvimos que ir a caballo desde Sangüesa; ya bastantes años antes solía invocar a San Francisco Javier y durante unos ejercicios que hice en Loyola, la primera confesión general que hice en mi vida el año 1886, fue en el confesonario que se encuentra situado junto al altar dedicado al Santo Apóstol de las Indias. La primera idea de restauración seria y firme, me vino el año 1889, que ya en mi primer testamento, otorgado después de la muerte de mi padre, el Duque de Villahermosa (acaecida el 14 de noviembre de 1888), y por cierto que firmé el 31 de julio de 1889, fiesta de San Ignacio de Loyola; dejaba el Castillo de Javier, y todas sus tierras, a la Compañía de Jesús, con la particularidad de hacer lo meros doce o trece años, desde el 1877, que no me confesaba ni aconsejaba, ni veía a ningún Padre de la Compañía de Jesús, siendo mi vida muy mundana. No sé de dónde me vino esa inspiración; indudablemente, de Dios, por intercesión de San Francisco Javier». Después de dar cuenta de las enfermedades padecidas a partir de aquellos años, continúa la Duquesa: «Pues bien, P., en marzo (1889), como le digo, marché a Málaga y allí empezó más grande mi devoción a San Francisco Javier y el pensamiento persistente de restaurar el Castillo; se lo dije a mi marido con gran empeño, vivacidad y agitaciones, y hasta tuve discusiones con él, pues quería empezar en el acto y le aseguro que me impacienté y pequé muchísimo. Siguieron las discusiones y viendo que mi marido a nada se resolvía, ni se hubiera resuelto por lo indecisos que son todos los de la familia, siendo buenísimos y que además los hombres reflexionan y meditan más: yo le dije: he hecho el voto y he ofrecido a San Francisco Javier la restauración del Castillo pidiéndole mi salud; si no lo cumplo me moriré, y también le añadí, pues venderé un cortijo que tengo en Córdoba, heredado de una hermana de mi madre; y con esto empezaré la restauración: mi marido contestó que jamás consentiría que viviendo él vendiera yo nada mío: me quedé muy triste, enfadada y furiosa, pues me gusta salirme siempre con la mía. Como le he indicado antes, mi padre había muerto en noviembre del 88, pero la casa quedó con muchas deudas y obligaciones, y en cuatro años no percibí yo ninguna renta de mi padre; le hago esta explicación para que esté bien enterado de todo. Marchamos de Málaga y llegamos a Córdoba; allí se nos presentó en el Hotel un hombre que tenía arrendado el famoso cortijo que yo quería vender, para empezar las obras de Javier; figúrese, mi R. P., cuál sería mi sorpresa y estupefacción al encontrarme con que este hombre quería comprar el cortijo; en fin, después de varias discusiones, el cortijo se vendió en 21.000 duros».
Ídem.

En la década de 1960 la villa de Javier, que nació al abrigo del castillo, se trasladó a más de un kilómetro.
San Francisco Javier, óleo sobre lienzo, Joaquín Sorolla, 1891

El 7 de abril de 1506 nació en Javier Francés (Francisco), el quinto y último hijo de María de Azpilicueta y Aznárez y de Juan de Jasso, Doctor por Bolonia y consejero de los reyes Juan y Catalina de Navarra. Sus padres le enviaron a París a estudiar en la Universidad de la Sorbona, donde conoció a Ignacio de Loyola. Juan III de Portugal solicitó misioneros para evangelizar sus posesiones en la Indias Orientales, encomendando la tarea a Francisco Javier, con el título de legado pontificio para todas las tierras situadas al este del Cabo de Buena Esperanza, muy cerca de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. Francisco Javier dedicó varios años a la evangelización de la costa india, incluyendo la isla de Ceilán. En 1549 viajó al sur de Japón. Su siguiente objetivo fue China, donde murió en la isla de Shangchuan (en chino, 上 川岛). Su cuerpo momificado se venera en Goa, India, excepto su brazo derecho, que se conserva en un relicario de plata en la capilla de San Francisco Javier en la Chiesa del Gesù, en Roma, frente a otro altar en el que está depositado el cuerpo de san Ignacio de Loyola, ambos canonizados el 12 de marzo de 1622, junto a san Isidro Labrador, santa Teresa de Jesús y san Felipe Neri. 
Detalle de san Francisco Javier y el milagro del cangrejo

San Ignacio de Loyola y san Francisco Javier coincidieron en la Universidad de Sorbona en septiembre de 1529. San Ignacio de Loyola resultó gravemente herido el 20 de mayo de 1521 en la batalla de Pamplona cuando era capitán del ejército castellano y defendía la capital navarra del ejército navarro-francés encabezado por el duque de Foix, donde luchaban los dos hermanos mayores de san Francisco Javier, que acabaron presos y su familia desposeída de las propiedades.
Cristo de la Sonrisa

Talla del siglo XIII conocida como Cristo de la Sonrisa, por la expresión de su cara, realizada en madera de nogal. Según la tradición, sudó sangre en la etapa final del viaje de san Francisco Javier en Oriente. Se conserva en la capilla del Cristo, un espacio usado por la familia de san Francisco Javier como lugar de culto y oración.
Cristo de la Sonrisa y pintura mural con esqueletos

En las paredes se conservan unas impresionantes pinturas murales del siglo XV, con 8 esqueletos sobre fondo negro que bailan la Danza de la Muerte. En el museo se exponen 6 kakemonos y una colección de piezas de marfil tallado.
Kakemono San Francisco Javier hablando con el Daimio, siglo XIX, Japón

El kakemono (掛け物), en el arte japonés, es un objeto que se cuelga de la pared, generalmente una pintura o caligrafía. Se cuelga de forma alargada en sentido vertical. El soporte sobre el que se realiza la obra de arte puede ser de papel o seda. En sus extremos se encuentran unos cilindros fijos, llamados jiku, que ayudan a mantener su superficie tersa y plana, al tiempo que permiten que sea enrollado para su almacenaje.
Kakemono Corazón de Jesús, siglo XIX, Japón

Parte de la colección de piezas de marfil tallado

Cristo Pastor, marfil, siglo XX, India

Virgen con el Niño, marfil, siglo XX, India

Convento de San Francisco Javier

Iglesia de la Anunciación y abadía

Pila bautismal de la Iglesia de la Anunciación

Aquí fue bautizado san Francisco Javier.
Adulto y pollos volanderos de Avión roquero (Ptyonoprogne rupestris)

Basílica y castillo de Javier

Ídem.

La Basílica se erigió entre 1896 y 1901 con el proyecto del arquitecto Ángel Goicoechea, sobre la zona del castillo donde estuvo el Palacio Nuevo y nació san Francisco Javier. Bajo la basílica se construyó una cripta para el enterramiento de los duques de Villahermosa.
Castillo de Javier

Maite y el que esto escribe

Iglesia de Hecho

Chimenea de una casa de Hecho

No hay comentarios:

Publicar un comentario