Ecuador, 22 de julio de 2019

Macho de Pinzón de Darwin fuliginoso (Geospiza fuliginosa)

Después de desayunar decidimos ir hasta el Muro de las Lágrimas, caminando por la orilla de playa de Puerto Villamil hasta La Playita. Y desde allí por un camino.
Vuelvepiedras común (Arenaria interpres)

Garza azulada (Ardea herodias)

Ostrero pío americano (Haematopus palliatus subsp. galapagensis)

Subespecie endémica de las Islas Galápagos con una población reproductora estimada en 300 parejas.
Ostrero pío americano

Ostrero pío americano

El que esto escribe

Zarapito trinador americano (Numenius phaeopus subsp. rufiventris)

Chorlitejo semipalmeado (Charadrius semipalmatus)

Panel explicativo

Tras recorrer 2 kilómetros por la playa aquí tomamos un sendero de unos 5 kilómetros.
Humedal

Macho de Pinzón de Darwin de los cactus (Geospiza scandens) alimentándose del fruto de Opuntia echios


El mismo ejemplar

El mismo ejemplar

Macho de Lagartija de lava de Isabela (Microlophus albemarlensis)


La Playita

Hembra de Lagartija de lava de Isabela (Microlophus albemarlensis) sobre Iguana marina (Amblyrhynchus cristatus)

Las mismas protagonistas

Las mismas protagonistas

Poza Redonda

Ánade gargantillo (Anas bahamensis subsp. galapagensis)

Macho de Lagartija de lava de Isabela (Microlophus albemarlensis)

Hembra de Lagartija de lava de Isabela (Microlophus albemarlensis)

En el hotel preguntamos por un lugar donde ver tortugas gigantes salvajes y nos recomendaron el recorrido entre La Playita y el Muro de las Lágrimas, de 5 kilómetros de longitud. Efectivamente, vimos 6 tortugas gigantes distintas durante el recorrido. Nos hizo mucha ilusión cuando encontramos esta primera tortuga de las fotografías. Al regreso, pregunté en la oficina del Parque Nacional Galápagos por el origen de estos ejemplares. Un guarda forestal me contó que se liberaron allí hacía 15 o 20 años. Le pregunté por la posibilidad de ver una Iguana terrestre en alguna de las excursiones que se ofrecen en Puerto Villamil y me respondió que no había ninguna posibilidad. Aproveché para preguntarle si era posible ver el Cormorán mancón (Nannopterum harrisi) en alguna excursión y me dijo que era posible verlo en la excursión a Los Túneles, aunque era muy improbable.
Tortuga gigante de Sierra Negra (Chelonoidis guntheri)

Detalle de la cabeza de esta tortuga

Más de cerca todavía

Maite y la tortuga

 Lorea, la tortuga y el que esto escribe

Amaia, la tortuga y el que escribe

La taxonomía de las tortugas gigantes de las Islas Galápagos es compleja y de momento variable. He seguido el libro "Turtles of the World. Annotatede Checklist and Atlas of Taxonomy, Synonymy, Distribution, and Conservation Status (8th Ed.)", publicado en el año 2017, de donde he tomado los mapas de distribución de las 5 especies actualmente reconocidas de la isla de Isabela:
 Chelonoidis gutheri (la especie que vimos este día)

Chelonoidis vicina

Chelonoidis vandenburghi

Chelonoidis microphyes

Chelonoidis becki

Manglar de El Estero

Mangle rojo (Rhizophora mangle) con flores

Raíces aéreas del mangle

Camino de las Tortugas

Sin palabras

Garrapatero aní (Crotophaga ani)

Lorea, Amaia, una tortuga y el que esto escribe

Maite y la tortuga

Tortuga gigante de Sierra Negra en su hábitat

Tortuga gigante de Sierra Negra

Detalle de una escama de su caparazón

La orchilla es un liquen que se recolectaba para la obtención del tinte de color púrpura. Durante el siglo XIX la "Empresa Industrial Orchillana" extrajo orchilla (Roccella portentosa) de Isabela y la exportaba a Guayaquil. El invento y uso industrial de las anilinas hizo desaparecer las empresas que se dedicaban a la recolección de vegetales para dar color a los tejidos. En las islas Canarias también se explotó la orchilla (Roccella tinctoria). En la isla de El Hierro se encuentra el faro de Orchilla, el más occidental del territorio español.
 Vistas desde la cima del Cerro Orchilla

Vistas desde la cima del Cerro Orchilla

Sinsonte de Galápagos (Mimus parvulus subsp. parvulus)

Algodón de Darwin (Gossypium darwinii)

Lorea, Amaia y Maite en el Muro de las Lágrimas

Muro de las Lágrimas

Fue construido entre los años 1945 y 1959 por los presos en la colonia penal de la isla, que había sido establecida por el presidente José María Velasco Ibarra en 1944, haciendo uso de la infraestructura dejada por el ejército de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.
Muro de las Lágrimas

Desde aquí subimos hasta el Mirador de las Lágrimas.
Macho de Pinzón de Darwin picomediano (Geospiza fortis)

Puerto Villamil y su bahía desde el Mirador de las Lágrimas

Isla Tortuga desde el Mirador de las Lágrimas

Vistas desde el Mirador de las Lágrimas

Ya de regreso.
Tortuga gigante de Sierra Negra (Chelonoidis guntheri)

Detalle de una pata trasera

Tortuga gigante de Sierra Negra

Copetón de Galápagos (Myiarchus magnirostris)

Lorea, Amaia, Maite y tortuga

 Gaviota fuliginosa (Larus fuliginosus)

Mientras estábamos en la playa del Amor, bañándonos, nos acompañó una pareja de gaviotas fuliginosas.
 Gaviota fuligionosa

Gaviotas fuliginosas

Charles Darwin en su última fotografía, tomada en 1981 por Herbert Rose Barraud

Charles Darwin llegó a las Islas Galápagos en el Beagle el 15 de septiembre de 1835 y allí permaneció hasta el 20 de octubre. Estuvo en tierra unos 19 días. Fruto de su estancia en las Islas Galápagos es el capítulo dedicado a estas islas en su libro publicado en 1845 y titulado "Journal of researches into the natural history and geology of the countries visited during the voyage of H.M.S. Beagle round the world, under the Command of Capt. Fitz Roy", que incluyo íntegramente a continuación (he cambiado los nombres de las islas que usó Charles Darwin por los oficiales en la actualidad).

CAPITULO XVII. Archipiélago de los Galápagos.
El grupo volcánico en conjunto.—Número de cráteres.—Arbustos sin hojas.—Colonia en la isla Floreana.—Isla Santiago.—Lago salado en el cráter.—Historia Natural del grupo.—Ornitología; curiosos pinzones.—Reptiles.—Hábitos de las grandes tortugas.—Lagarto marino que se alimenta de algas.—Lagarto terrestre zapador y herbívoro.—Importancia de los reptiles en el Archipiélago.—Peces, conchas, insectos.—Botánica.—Tipo americano de organización.—Diferencias en las especies o razas de las distintas islas.—Mansedumbre de las aves.—El temor del hombre, instinto adquirido.

15 de septiembre.- Este archipiélago se compone de 10 islas principales, de las cuales cinco son mayores que las restantes. Hállanse situadas bajo el Ecuador y distantes de la costa de América entre 500 y 600 millas al Oeste. Todas las islas están formadas por rocas volcánicas, sin que apenas puedan considerarse como excepcionales algunos fragmentos de granito curiosamente vitrificados y alterados por el calor. Algunos de los cráteres que dominan las islas mayores son de inmenso tamaño y se elevan a una altura que varía entre 3 y 4.000 pies. Sus lados están perforados por innumerables orificios más pequeños. Apenas vacilo en afirmar que el número de cráteres del archipiélago no baja de 2.000, y están formados por lava y escoria, o por una toba parecida a la arenisca, de fina estratificación. La mayor parte de esta última presenta una hermosa constitución simétrica; debe su origen a erupciones de cieno volcánico sin lava; y es notable la circunstancia de que todos los 28 cráteres de toba examinados tenían sus lados meridionales, o más bajos que los otros, o enteramente destrozados y removidos. Como todos estos cráteres se han formado, al parecer, bajo las aguas del mar, y como el oleaje producido por el alisio y la marejada del Pacífico unen su empuje en la costa meridional de todas las islas, esta curiosa uniformidad de las roturas de los cráteres, compuestos de blanda y poco resistente toba, se explica fácilmente.

Si se considera que estas islas están situadas directamente bajo el Ecuador, el clima dista mucho de ser excesivamente cálido, lo cual parece provenir de la muy baja temperatura del agua circundante, conducida aquí por la gran corriente polar del Sur. Exceptuando una breve época del año, llueve muy poco, y esto de un modo irregular; pero las nubes, de ordinario, son bajas. Por esto, mientras las regiones inferiores de las islas son muy estériles, las superiores, a la altura de 300 metros y más, poseen un clima húmedo y una vegetación bastante frondosa. Tal ocurre de un modo especial en las zonas de barlovento, que son las primeras en recibir y condensar la humedad de la atmósfera.

En la mañana del 17 desembarcamos en la isla de San Cristóbal, que, como las demás, eleva su perfil suave y redondeado, interrumpido aquí y allá por diversos montículos, restos de antiguos cráteres. La primera impresión que causa el terreno tiene poco o nada de agradable. Tropiézase con una superficie desigual, de negra lava basáltica, lanzada en oleadas de angulosos perfiles y cruzada por grandes grietas, por doquiera cubierta de arbustos enanos medio marchitos, en los que se descubren pocas señales de vida. El seco y abrasado suelo, con el calor del sol de mediodía, daba al aire cierta pesadez asfixiante como la de una estufa, y hasta nos parecía que los arbustos olían mal. A pesar de la diligencia que puse en recoger todas las plantas posibles, sólo pude procurarme muy pocas, y eran unas pequeñas algas de ruin aspecto, más bien perteneciente a la ártica que a la flora ecuatorial. El matorral, aun visto a corta distancia, parecía tan desnudo de follaje como nuestros árboles durante el invierno, y tardé bastante tiempo en descubrir que, no sólo todas las plantas estaban en la época de la hoja, sino también en la de las flores. El arbusto más común es uno que pertenece a la familia de las Euforbiáceas; los únicos árboles que dan alguna sombra son una acacia y un gran cactus de extraño aspecto. Según dicen, después de la estación de las grandes lluvias las islas parecen verdear parcialmente por algún tiempo. La isla volcánica de Fernando Noronha (en el océano Atlántico, frente a Brasil), colocada, en varios respectos, en condiciones muy análogas, es el único punto donde he visto una vegetación enteramente igual a la de las islas de los Galápagos.

El Beagle navegó alrededor de la isla de San Cristóbal y ancló en varias bahías. Una noche dormí en tierra en una parte de la isla donde eran numerosísimos los conos negros truncados, pues desde una pequeña altura conté hasta 60, coronados todos por cráteres más o menos completos. El mayor número se componía sencillamente de un anillo de escorias rojas unidas por un cemento, y su altura sobre el plano de lava no excedía de 50 a 100 pies; ninguno de ellos había estado en actividad desde fecha muy reciente. Los vapores subterráneos se han filtrado a través de todo el terreno en esta parte de la isla, como por un cedazo; en diversos puntos, la lava, estando aún blanda, había sido lanzada en grandes bombas, mientras en otros sitios los techos de las cavernas, formadas de un modo semejante, se habían hundido, abriendo pozos circulares de paredes verticales. A causa de la forma regular de los muchos cráteres, el terreno presentaba un aspecto artificial, que me recordó, por su vivo parecido, las partes de Staffordshire donde más abundan las grandes fundiciones de hierro.

Brillaba un sol abrasador, y era fatigosísimo el caminar por un suelo tan quebrado, teniendo que atravesar espesas malezas; pero me vi bien remunerado por el extraño paisaje ciclópeo. En mi excursión tropecé con dos grandes tortugas, cada una de las cuales pesaría al menos 200 libras; una de ellas estaba comiendo un trozo de cactus, y al acercarme me miró y se alejó lentamente; la otra lanzó un fuerte rugido súbitamente, y metió la cabeza debajo del caparazón. Estos enormes reptiles, rodeados de negra lava; los arbustos sin hojas y los grandes cactus, me transportaron con la imaginación a un paisaje antediluviano. Las pocas aves de obscuro plumaje no hicieron más caso de mí que el que habían hecho las grandes tortugas.
Estatua de Darwin en el Natural History Museum, Londres

23 de septiembre.- El Beagle pasó a la isla de Floreana. Aunque este archipiélago ha sido frecuentado desde hace tiempo, primero por los filibusteros y después por los pescadores de ballenas, no se ha establecido en él una pequeña colonia hasta hace seis años. Los habitantes, en número de 200 a 300, son casi todos gente de color, proscritos, por crímenes políticos, de la República del Ecuador, cuya capital es Quito. El poblado está a unas cuatro millas y media de la costa, y a la altura aproximada de 300 metros. Durante la primera parte del camino pasamos por maleza sin hoja, como en la isla de San Cristóbal. Al paso que se asciende, la vegetación de arbustos se hace más verde, y no bien cruzamos la loma de la isla sentimos el fresco hálito de una brisa del Sur, mientras la vista gozaba del refrigerante verdor de una extensión vestida de helechos y hierba áspera. Pero ni había helechos arborescentes ni palmeras de ningún género; cosa singularísima, porque a 360 millas al Norte se encuentra la isla de los Cocos, llamada así por los bosques de cocoteros que la pueblan. Las casas se levantan aquí y allá sobre un trozo de tierra llana cultivada de boniatos y bananas. No es fácil imaginarse lo grato que nos fue contemplar la negra tierra vegetal después de estar acostumbrados por tanto tiempo a no ver más que el árido suelo del Perú y norte de Chile. Los colonos se quejaban de su pobreza, pero obtenían sin gran trabajo lo necesario para su subsistencia. En los bosques hay muchos jabalíes y cabras; pero la alimentación animal está constituida en su mayor parte por carne de tortuga. En consecuencia, su número se ha reducido grandemente en esta isla; pero con todo eso los habitantes cogen en dos días bastantes tortugas para el consumo de toda la semana. Dícese que en otro tiempo había barcos que se llevaban hasta 700, y que algunos años atrás las embarcaciones que acompañaban a una fragata sacaron en un día a la playa 200.

29 de septiembre.- Doblamos la punta sudoeste de la isla de Isabela, y el día siguiente le pasamos, casi encalmados, entre ella y la Fernandina. Ambas están cubiertas con inmensos diluvios de lava negra desnuda, que han fluido y desbordado de las grandes caldeiras como el caldo del borde de un puchero hirviendo, o han brotado de pequeños orificios en las laderas; en su descenso se ha extendido por muchas millas del litoral. Sábese que se han realizado erupciones en las dos islas mencionadas, y en la Isabela vimos un chorro de humo que subía en espirales desde la parte superior de un gran cráter. Por la tarde anclamos en la caleta de Bank, en la isla de Isabela, y a la mañana siguiente salí a hacer una excursión a pie. Al sur del roto cráter de toba en que el Beagle estaba anclado había otra forma hermosamente simétrica, de sección elíptica, cuyo eje mayor medía poco menos de una milla y tenía una profundidad aproximada de 150 metros. Su fondo constituía el álveo de un lago poco profundo, y en medio de él se alzaba un cráter a modo de islita. Como hacía un calor sofocante y el lago parecía claro y azul, me deslicé por la pardusca pendiente, y medio ahogado por el polvo, gusté ávidamente el agua...; pero, con harta contrariedad, la hallé como salmuera. En las rocas de la costa abundaban grandes lagartos negros, de tres a cuatro pies de largos, siendo además común en las colinas otra especie pardo amarillenta. Vimos muchos de esta última clase; parte de ellos huían al acercarnos, y otros se sepultaban en sus guaridas. Describiré un poco más adelante los hábitos de ambos reptiles. Toda esta parte norte de la isla de Isabela es pobre y estéril.

8 de octubre.- Llegamos a la isla de Santiago. Mr. Bynoe y yo, y nuestros sirvientes, permanecimos aquí por una semana, llevando al efecto provisiones y una tienda, mientras el Beagle iba a hacer aguada. Hallamos aquí un grupo de españoles que habían venido de la isla de Floreana con objeto de salar pesca y carne de tortuga. A cosa de seis millas tierra adentro, y a la altura de unos 600 metros, se había construido una choza, en la que vivían dos hombres empleados en coger tortugas, en tanto los demás pescaban en la costa. Hice dos visitas a este cobertizo y dormí en él una noche. De igual modo que en las demás islas, la región inferior está cubierta de arbustos casi desnudos; pero los árboles eran aquí más gruesos que en otras partes, habiendo varios que medían dos pies, y aun casi tres de diámetro. La región superior, a causa de recibir la humedad de las lluvias, sostiene una vegetación verde y lozana. Tan húmedo estaba el suelo, que en él se habían desarrollado grandes lechos de juncias, en los que vivían y procreaban numerosas pollas de agua. Mientras permanecimos en esta región superior no comimos otra cosa que carne de tortuga; el asado con su caparazón, como la carne con cuero de los gauchos, resultaba un bocado sabrosísimo, y las tortugas jóvenes nos servían para hacer una excelente sopa. Sin embargo, debo decir que no me cuento entre los grandes aficionados a este manjar.

Un día acompañé a unos cuantos españoles en su bote ballenero a una salina o lago, donde se proveen de sal. Después de desembarcar tuvimos que hacer una ruda caminata por terreno quebrado, de lava reciente, tendida casi toda alrededor del cráter de toba en cuyo fondo está el lago de sal. El agua sólo tiene tres o cuatro pulgadas de profundidad, y descansa sobre una capa de sal blanca en hermosos cristales. La forma del lago es perfectamente circular, con los bordes cubiertos de plantas suculentas en pleno verdor; las paredes casi verticales del cráter se hallan cubiertas de arbustos, formando un conjunto a la vez pintoresco y curioso. En este sitio retirado, los marinos de un barco foquero asesinaron hace pocos años a su capitán, y vimos el cráneo, que yacía entre los arbustos.

Durante la mayor parte de la semana que estuvimos aquí no apareció en el cielo nube alguna, y si el alisio hubiera dejado de soplar por una hora el calor habría sido insoportable. Hubo dos días en que el termómetro marcó dentro de la tienda 33,5° C, mientras que al aire libre, donde estaba expuesto al sol y al viento, no pasó de 30° C. La arena quemaba, y puesto el termómetro en una porción de ella algo pardusca, subió inmediatamente a 58° C, y no sé a dónde habría llegado si la graduación se hubiera extendido más allá. La arena negra tenía una temperatura mucho mayor; de modo que aun con calzado grueso era penoso andar por ella.

La Historia Natural de estas islas es curiosísima y merece especial atención. La mayor parte de los seres orgánicos que en ella viven son aborígenes, y no se encuentran en ninguna otra parte; aún hay diferencia notable entre los que habitan en las diversas islas, si bien todos presentan visibles relaciones con los de América, no obstante hallarse este archipiélago separado del continente por una extensión de mar franca, cuya anchura varía entre 500 y 600 millas. De modo que este grupo de islas viene a constituir un pequeño mundo aparte o, como si dijéramos, un satélite dependiente de América, de donde ha recibido algunos colonos extraviados y el carácter general de sus producciones indígenas. Si atendemos al escaso tamaño de estas islas, nuestro asombro subiría de punto ante el número crecido de vivientes aborígenes en un área tan limitada. Al ver que todas las alturas están coronadas con su cráter y que se conservan aún perfectamente visibles las márgenes de casi todas las corrientes de lava, nos vemos movidos a creer que, en un período geológicamente moderno, el archipiélago ha estado cubierto por el mar. En tal supuesto, así en lo que se refiere al espacio como al tiempo, nos parece acercarnos mejor al gran hecho -que es un misterio entre los misterios-, a saber, la primera aparición de nuevos seres en el globo que habitamos.

De los mamíferos terrestres, sólo hay uno que deba ser considerado como indígena, un ratón (Mus galapagoensis) que está confinado, a lo que he podido averiguar, a la isla de San Cristóbal, que es la más oriental del grupo. Pertenece, según me hace saber míster Waterhouse, a una división de la familia de ratones característica de América. En la isla de Santiago vive una rata lo suficientemente distinta de la especie común para haber sido nominada y descrita por Mr. Waterhouse; pero como pertenece a la división de la familia peculiar del Viejo Mundo y esta isla ha sido frecuentada por barcos en el transcurso de los últimos ciento cincuenta años, apenas puedo dudar de que esta rata es una mera variedad producida por las diferencias de clima, alimentación y suelo a que ha estado sujeta. Aunque no hay derecho a aventurar hipótesis sin contar con hechos positivos, sin embargo, aun por lo que hace al ratón de la isla de San Cristóbal, sería menester no perder de vista que pudiera ser muy bien una especie americana importada aquí; porque he visto en un sitio de las Pampas, frecuentadísimo, un ratón que vivía en la techumbre de una choza recién construida, no siendo, por tanto, improbable que procediera de un barco. Análogos hechos han sido observados por el Dr. Richardson en Norteamérica.

En cuanto a las aves terrestres, obtuve 26 especies, todas peculiares del grupo y no halladas en ninguna otra parte, con excepción de un fringilino oriundo de Norteamérica (Dolichonyx oryzivorus), el cual se halla extendido en dicho continente hasta los 54° de latitud Norte y frecuenta de ordinario los marjales. Las otras 25 especies se comprenden en los siguientes grupos: 1.°, un ave de rapiña de estructura curiosamente intermedia entre la del gallinazo y la del grupo americano del Polyborus, que se alimentan de carroña; a estos últimos se acercan mucho en todos sus hábitos y hasta en el graznido; 2.°, dos búhos que representan las lechuzas comunes de Europa; 3.°, un reyezuelo, tres muscívoras tiranas (dos de las cuales son incluibles en el género Pyrocephalus, y consideradas por algunos ornitólogos, ambas o una sola, como meras variedades) y una paloma, todas análogas, pero distintas de las especies americanas; 4.°, una golondrina que, aunque diferente de la Progne purpurea de ambas Américas sólo en su color más obscuro, menor tamaño y grosor, está considerada por Mr. Gould como específicamente distinta; 5.°, tres especies de sinsontes o pájaros mimos, aves muy características de América. Las restantes aves terrestres forman un grupo singularísimo de fringilinos o picogordos, relacionados entre sí por la estructura de sus picos, breves colas, forma del cuerpo y plumaje; hay 13 especies, que Mr. Gould ha dividido en cuatro subgrupos. Todas estas especies son peculiares de este archipiélago, y lo propio sucede con el grupo entero, exceptuando una especie del subgrupo Cactornis, traída últimamente de la isla Bow, en el archipiélago Low. Las dos especies de Cactornis pueden verse a menudo encaramándose a las flores del gran cactus arbóreo; pero todas las demás especies de este grupo de picogordos andan mezcladas en bandadas, buscando su alimento en el seco y estéril suelo de las regiones más bajas. Los machos de todas las especies, o seguramente del mayor número, son negros como el azabache, y las hembras, pardas (con una o dos excepciones quizá). Lo más curioso es la perfecta gradación en el tamaño de los picos de las diferentes especies de Geospiza, desde el tan grande como peculiar del picogordo común hasta el del pinzón, y (si Mr. Gould está en lo cierto al incluir su subgrupo Certhidea en el grupo principal) aun hasta el del cerrojillo. El pico mayor del género Geospiza es el que se ve en el número 1, y el menor, en el número 3 de la figura adjunta; pero en lugar de haber sólo una especie intermedia con un pico del tamaño representado en el número 2, hay nada menos que seis especies con insensibles gradaciones en el tamaño del pico. El pico del subgrupo Certhideaes el que aparece en el número 4. El del Cactornis se parece algo al del estornino, y el del cuarto subgrupo, Camarhyncus, se acerca ligeramente al del loro. Al ver esta gradación y diversidad de estructura en un grupo de aves pequeño e íntimamente relacionado, podría imaginarse realmente que de un corto número de ellos, existentes originariamente en este archipiélago, una especie se ha dividido y modificado para servir a diferentes fines. Análogamente, cabría concebir que un gallinazo, por ejemplo, se habría visto aquí solicitado a desempeñar el oficio de los Polyborus caracaras del continente americano.
Fig. 1.ª- Aves de las Islas de los Galápagos.
1. Geospiza magnirostris.- 2. Geospiza fortis.- 3. Geospiza parvula.- 4. Certhidea olivacea

De zancudas y aves acuáticas sólo pude obtener 11 ejemplares distintos, y de ellas únicamente tres (incluyendo un guión de codornices confinado en las cumbres húmedas de las islas) son especies nuevas. Meditando sobre los hábitos que las gaviotas tienen de andar en el agua como las zancudas, me sorprendió ver que la especie habitadora de estas islas es peculiar, pero afín a una de las de las regiones meridionales de Sudamérica. El que entre las aves terrestres se hallen tantas peculiares de este archipiélago, a saber, 25 especies nuevas, o al menos razas, entre 26 clases de un grupo, número mucho mayor que el que presentan las zancudas y palmípedas, se explica por la mayor área que estas últimas tienen en todas las partes del mundo. Más adelante veremos que esta ley de ser los animales acuáticos, marinos o de agua dulce, menos peculiares en un punto dado de la superficie del globo que las formas terrestres de la misma clase se halla admirablemente comprobado en las conchas, y también, aunque en grado menor, en los insectos de este archipiélago.

Dos de las zancudas son algo más pequeñas que las mismas especies traídas de otras partes; la golondrina es también menor, aunque hay duda de si es o no distinta de su análoga. Los dos búhos, las dos muscívoras tiranas (Pyrocephalus) y la paloma son igualmente de tamaño más pequeño que las especies análogas, pero distintas, con las que se relacionan más de cerca; de otra parte, la gaviota es algo mayor. Asimismo, los dos búhos, la golondrina, todas las tres especies de sinsontes o pájaros mimos, la paloma, en sus colores aislados, aunque no en su total plumaje, el Totanus y la gaviota, son más obscuros que sus especies análogas, y el Totanus y el pájaro mimo, más que todas las demás especies de los dos géneros. Exceptuando un reyezuelo de pechuga amarilla y una muscívora tirana con moño y pechuga de color escarlata, ninguna de las aves tiene vivos colores, como podría esperarse de la región ecuatorial en que habitan. De donde parece inferirse que las mismas causas determinantes del menor tamaño de las especies advenedizas y aborígenes influyen igualmente en darles un color más obscuro. Todas las plantas presentan un aspecto ruin con apariencia de alga, y por mi parte no vi una flor bonita. Los insectos, siguiendo la norma general de las aves, son más pequeños y negruzcos, y según me participa Mr. Waterhouse, no hay nada en su aspecto común que le indujera a imaginarlos procedentes del Ecuador. Las aves, plantas e insectos tienen un carácter desértico y no poseen colores más brillantes que los de la Patagonia meridional; podemos, pues, concluir que la coloración viva y pintoresca de muchas producciones intertropicales no tiene nada que ver con el calor y la luz de estas zonas, dependiendo de ser, en general, más favorables las condiciones de vida.

Pasemos ahora a tratar del orden de los reptiles, que de un modo especial caracterizan la zoología de estas islas. Las especies no son numerosas, pero el número de individuos de cada especie es extraordinariamente grande. Hay una lagartija que pertenece a un género sudamericano, y dos especies (probablemente más) del Amblyrhynchus, género confinado en las islas de los Galápagos. Hay una culebra que es numerosa; es idéntica, como me informa M. Bibron, al Psammophis temminckii de Chile. De tortugas marinas creo que ha de haber más de una especie, y en cuanto a las de tierra, pronto haré ver que son de dos o tres especies o razas. Faltan en absoluto los sapos y las ranas, circunstancia que me sorprendió, por serles, al parecer, tan favorables la humedad y temperatura del terreno cubierto de maleza. Esto me recordó la observación de Bory de St. Vincent, esto es, que no se halla un solo individuo de esta familia en ninguna de las islas volcánicas de los grandes océanos. Hasta donde me permite asegurarlo el testimonio de viajeros y naturalistas, la afirmación anterior parece cierta en lo concerniente al Pacífico, y aun en las grandes islas del archipiélago de las Malvinas. La isla Mauricio presenta una aparente excepción, pues en ella vi la Rana mascariensis, que abundaba mucho. Ahora se dice que esta rana habita las Seychelles, Madagascar y Borbón (en las Malvinas); mas, por otra parte, Du Bois, en su Viaje de 1669, afirma que en la isla últimamente citada no hay más reptiles que las tortugas. El Officier du Roi dice que con anterioridad a 1768 se había intentado, sin éxito, introducir ranas en Mauricio (supongo que para hacerlas servir de alimento); de modo que cabe dudar de si las ranas allí existentes son o no aborígenes de la isla. La ausencia de la familia de las ranas en las islas oceánicas es muy notable, por contrastar con el caso de los lagartos, que hierven hasta en las islas más pequeñas. ¿No podría provenir esta diferencia de la mayor facilidad con que los huevos de los lagartos, protegidos por conchas calcáreas, se prestan a ser transportados por el agua salada, en comparación de la cubierta viscosa de las ranas?

Viniendo ya a los quelónidos, describiré primero los hábitos de la tortuga de tierra (Testudo nigra, antiguamente llamada indica) tantas veces citada. Estos animales habitan, según creo, en todas las islas del archipiélago, y seguramente son los más numerosos. Frecuentan con preferencia las alturas húmedas, pero viven también en regiones bajas y secas. Ya he probado cuánto deben abundar, juzgando por las que pudieron cogerse en un solo día. Las hay que alcanzan un tamaño enorme; Mr. Lawson, un inglés y vicegobernador de la colonia, nos refirió haber visto algunas tan grandes que se necesitaron seis u ocho hombres para levantarlas del suelo, y que suministraron hasta 200 libras de carne. Los machos viejos son los mayores; las hembras rara vez llegan a ser tan voluminosas; el macho puede ser conocido fácilmente por tener la cola más larga que la hembra. Las tortugas que viven en las islas donde no hay agua o en las regiones bajas y secas de las demás se alimentan principalmente de cactus suculentos. Las que frecuentan las alturas húmedas comen las hojas de varios árboles, una especie de baya (llamada guayabita) ácida y áspera, y también un liquen filamentoso verde pálido (Usnera plicata), que cuelga en trenzas de las ramas de los árboles.

Buscan con avidez el agua, de la que beben grandes cantidades, y se encenagan en el lodo. Las mayores islas de este archipiélago son las únicas que tienen fuentes, hallándose éstas situadas hacia las partes centrales y a considerable altura. Las tortugas, por tanto, que viven en las regiones bajas, cuando tienen sed se ven obligadas a viajar desde largas distancias. De ahí la multitud de anchos y apisonados senderos, que se ramifican en todas direcciones, yendo de los manantiales a la costa, que sirvieron a los españoles para descubrir los sitios en que había agua dulce. Cuando desembarqué en la isla de San Cristóbal no pude imaginar que animal alguno siguiera tan metódicamente unas rutas como las que vi, perfectamente trazadas. Cerca de las fuentes era un espectáculo curioso contemplar a los enormes quelonios avanzando unos con el cuello extendido y regresando otros después de haber ingerido su ración de agua. No bien la tortuga llega a la fuente, cuando, sin hacer caso de ningún espectador, sepulta la cabeza en el agua hasta encima de los ojos, y bebe ávidamente a grandes tragos, a razón de 10 por minuto. Los habitantes dicen que cada quelonio permanece tres o cuatro días en las cercanías del manantial, y que después regresa a los terrenos bajos. Pero discrepan en cuanto a la frecuencia de estas visitas. Las tortugas las regulan probablemente según la clase de alimento que toman. Sin embargo, es cierto que dichos animales pueden vivir aun en aquellas islas donde no hay otra agua que la procedente de unos cuantos días de lluvia al año.

Tengo por un hecho bien comprobado que la vejiga de las ranas actúa como un depósito para la humedad necesaria a su existencia, y lo propio debe de ocurrir con las tortugas. Por algún tiempo después de su visita a las fuentes tienen las vejigas urinarias distendidas con el líquido, que, según dicen, decrece gradualmente en volumen y se enturbia. Los isleños, cuando caminan por las tierras bajas y se ven acosados de sed, se aprovechan a menudo de esta circunstancia y beben el contenido de que están llenas las vejigas; en una tortuga que vi matar, el líquido era enteramente límpido y sólo tenía un ligero amargor. Sin embargo, los habitantes beben siempre primero el agua del pericardio, que se asegura ser la mejor.

Cuando las tortugas se encaminan deliberadamente a un punto, viajan noche y día, y llegan al término de su expedición mucho antes de lo que podría esperarse. Los isleños, en vista de las observaciones hechas en algunas, después de marcarlas con una señal, calculan que recorren unas ocho millas en dos o tres días. Yo mismo vi una gran tortuga que avanzaba a razón de 60 metros en diez minutos, esto es, 360 por hora, o cuatro millas por día, dejando algún tiempo para comer en el camino. Durante el período de la procreación, cuando se reúnen macho y hembra, el primero emite una especie de mugido bronco, que, según cuentan, puede oírse a la distancia de más de cien metros. La hembra nunca hace uso de la voz, y el macho solamente en esas ocasiones; de modo que cuando la gente de las islas oye ese ruido, sabe que tiene lugar el apareamiento. Por esta época (octubre) era el tiempo de poner los huevos. La hembra, en terreno arenoso, hace un hoyo girando sobre el peto; los deposita en la cavidad practicada y los cubre con arena; pero si el suelo es de roca, los pone indiferentemente en cualquier hoyo. Mr. Bynoe halló siete en una hendedura. Los huevos son blancos y esféricos; uno que medí tenía siete pulgadas y tres octavos de circunferencia, siendo, por tanto, mayor que un huevo de gallina. Las tortugas jóvenes recién salidas del cascarón suelen ser presa de las aves rapaces que comen carroña. Las viejas, de ordinario mueren de accidentes, como, por ejemplo, de caer en precipicios; al menos, varios de los habitantes de las islas me dijeron que nunca habían visto muerta ninguna sin una causa manifiesta.

Los isleños creen que estos animales son absolutamente sordos; lo cierto es que no oyen los pasos de las personas que se les acercan o los siguen. Me entretuve muchas veces en alcanzar a uno de estos grandes monstruos, mientras avanzaba pacíficamente, para verla, en el momento de pasar yo, ocultar de pronto la cabeza y las patas y dejarse caer en el suelo como muerta, profiriendo el áspero ruido sibilante que le es peculiar. A menudo también me puse de pie sobre su espaldar, y dando algunos golpes en la parte posterior del mismo lograba que se levantara y emprendiera la marcha; pero me fue difícil conservar el equilibrio. La carne de este animal se emplea mucho, tanto fresca como salada, y de la grasa se saca un aceite muy claro y transparente. Cuando los isleños cogen una tortuga le hacen una cortadura en la piel inmediata a la cola, de modo que permita ver el interior del cuerpo y asegurarse de sí es espesa o no la grasa debajo del espaldar. En caso negativo, dejan libre al animal, y se dice que no tarda en curarse de tan extraña operación. Para tener seguras a las tortugas de tierra no basta volverlas patas arriba, como se hace con las de mar, porque a menudo logran recobrar su posición natural.

Poca duda puede caber de que esta tortuga es un habitante aborigen del archipiélago de los Galápagos, porque se la halla en todas o casi todas las islas, aun en algunas más pequeñas, donde no hay agua; con dificultad se concibe que haya sido importada, tratándose de un grupo de islas muy poco visitado en lo antiguo. Además, los antiguos filibusteros hallaron estas tortugas en número mucho mayor que al presente; Wood y Rogers, en 1708, dicen ser opinión de los españoles que no las hay en ninguna otra parte de esta región del mundo. Hoy están distribuidas en un área extensísima; pero cabe preguntar si es o no aborigen en los otros países que habita. La osamenta de una tortuga de la isla Mauricio, asociada con la del extinto Dodo, se ha considerado generalmente que pertenecía a esta tortuga; a suceder así, habría sido indígena; pero Mr. Bibron me hace saber que él la cree distinta, puesto que lo es la especie ahora existente allí.

El Amblyrhynchus, notable género de lagartos, vive exclusivamente en este archipiélago; hay dos especies que se parecen una a otra en la forma general, siendo la una terrestre y la otra acuática. Esta última (A. cristatus) fue caracterizada primeramente por Mr. Bell, que la presentó como enteramente peculiar y distinta en sus hábitos de la iguana, fundándose en la forma corta y ancha de su cabeza y en sus fuertes uñas, todas de igual longitud. Abunda extraordinariamente en todo el grupo de islas, y vive tan sólo en las costas rocosas, sin que se la encuentre nunca, al menos yo no la vi jamás, ni siquiera 10 metros tierra adentro. Es un animal de aspecto repugnante, color negro, sucio, estúpido y tardo en sus movimientos. La longitud común de los individuos y adultos es de un metro, poco más o menos; pero los hay de 12 decímetros; uno grande pesó 20 libras; en la isla de Isabela parecen ser mayores que en ninguna otra parte. Tienen la cola aplastada en sentido vertical, y parcialmente unidos por membranas los dedos de todos los pies. De cuando en cuando se los ve, a varios centenares de metros de la playa, nadando en el mar. El capitán Collnett, en su Viaje, dice: «Salen al mar en cuadrillas a pescar, toman el sol en las rocas y pueden llamarse aligatores en miniatura.» Sin embargo, no debe suponerse que se alimentan de peces. Cuando está en el agua, este lagarto nada con perfecta facilidad y rapidez, mediante un movimiento serpentino de su cuerpo y cola aplastada, manteniendo las patas inmóviles y pegadas a los lados. Un marinero arrojó uno al mar desde el barco, después de haberle atado a una cuerda con un gran peso, creyendo matarle de ese modo; pero cuando una hora después tiró de la cuerda, le halló tan vivo como si nada le hubiera pasado. Sus patas y fuertes uñas se adaptan admirablemente a la operación de reptar por las masas hendidas y ásperas de lava que forman en todas partes la costa. En tales sitios puede verse a menudo un grupo de seis o siete de estos reptiles repugnantes sobre las negras rocas, a pocos pies de la superficie, tomando el sol con las patas extendidas.

Abrí los estómagos de varios y los hallé repletos de un alga fina (Ulva) que crece en delgadas expansiones foliáceas, de un brillante color verde o rojo obscuro. No recuerdo haber visto la menor porción de esta alga en las rocas de marea, y tengo razones para creer que crece en el fondo del mar, a poca distancia de la costa. Si así es, se comprende que estos reptiles se internen a veces en el mar. El estómago no contenía nada más que algas. Sin embargo, Mr. Bynoe halló en uno un pedazo de cangrejo, que, no obstante, pudiera muy bien haber sido tragado accidentalmente. De un modo análogo, encontré una oruga envuelta en un liquen en la panza de una tortuga. Los intestinos eran grandes, como los de los animales herbívoros. La naturaleza del alimento de este lagarto, así como la estructura de su cola y pies, y el hecho de que se le vea nadando voluntariamente en mar de fondo, prueban de modo incontestable sus hábitos acuáticos; sin embargo, hay en este particular una pequeña anomalía, y es que cuando se le asusta no entra en el agua. De ahí que sea fácil obligarlos a retirarse a una punta de tierra que avance sobre el mar, donde antes se dejarán coger de la cola que arrojarse al agua. Nunca dan señales de querer morder, y si se los molesta mucho vierten una gota de cierto líquido por las fosas nasales. Varias veces lancé uno, tan lejos como pude, a un profundo charco que había dejado la marea al retirarse; pero invariablemente regresó en línea recta al sitio donde yo estaba. Nadó cerca del fondo con gracioso y rápido movimiento, y de cuando en cuando se ayudaba de las patas para avanzar por el ondulado fondo. En cuanto llegaba a la orilla, pero estando aún bajo el agua, intentaba ocultarse en los matojos de algas o se metía en alguna hendedura. No bien creyó pasado el peligro, se encaramó sobre las secas rocas y se alejó tan aprisa como pudo. Varias veces cogí a este mismo lagarto, forzándole a seguir una ruta que terminaba en el mar, y no obstante poder nadar y bucear, nada fue capaz de moverle a entrar en el agua; y tantas veces como le arrojé a ella, otras tantas volvió de la manera antes descrita. Tal vez esta aparente estupidez pueda explicarse por la circunstancia de no tener este reptil enemigos de ningún género en la línea de la costa, mientras que en el mar debe ser presa de los numerosos tiburones. De ahí probablemente que, solicitado por un instinto fijo y hereditario de que la playa es un sitio de seguridad en cualquier contingencia, propende a refugiarse en ella obstinadamente.

Durante nuestra visita (en octubre) vi poquísimos individuos de esta especie y ninguno que tuviera menos de un año, a lo que creo. De tal circunstancia, colijo que probablemente no había comenzado la época de la procreación. Pregunté a varios isleños si sabían dónde ponían los huevos; me dijeron que no sabían nada sobre su manera de propagarse, aunque habían visto muchas veces los huevos del lagarto de tierra; hecho bastante curioso si se atiende a lo numerosa que es la especie acuática.

Tócame hablar ahora de la especie terrestre (A. demarlii), que tiene la cola redonda y los dedos sin membranas. En lugar de hallársele, como al anterior, en todas las islas, habita sólo en la parte central del archipiélago, esto es, es las islas de Isabela, Santiago, Santa Fe y Santa Cruz. En la parte Sur, en Floreana, Española y San Cristóbal, y hacia el Norte, en las islas Genovesa, Marchena y Pinta, ni vi ninguno ni oí hablar de ellos. Parece que hubieran sido criados en el centro del archipiélago y que se hubieran dispersado desde allí sólo hasta cierta distancia. Algunos de estos lagartos habitan en regiones altas y húmedas de las islas, pero abundan mucho más en las bajas y estériles junto a la costa. La mejor prueba que puedo dar de su excesivo número es que cuando estuvimos en la isla James no pudimos por algún tiempo hallar sitio, limpio de sus madrigueras, en que plantar nuestra tienda. Como sus hermanos los lagartos marinos, son animales feísimos, de un tinte entre anaranjado amarillento y rojo pardusco; su ángulo facial, casi nulo, les da un aspecto singularmente estúpido. Son tal vez de un tamaño algo menor que la especie marina; pero hubo varios que pesaron de 10 a 15 libras. Se mueven perezosa y torpemente. Cuando no se los asusta, se arrastran con lentitud, con la cola y vientre pegados al suelo. A menudo se paran y dormitan uno o dos minutos, con los ojos cerrados y las patas traseras tendidas sobre el árido suelo. Habitan en agujeros que suelen hacer entre fragmentos de lava, pero más de ordinario en la toba blanca, semejante a la arenisca de ciertos sitios llanos. Esos agujeros no parecen ser muy profundos, y penetran en la tierra formando un pequeño ángulo; de modo que al andar por este suelo ruinoso los pies se hunden, con no escasa molestia del caminante fatigado. El animal, en la operación de abrir su guarida, trabaja alternativamente, cuándo con un lado del cuerpo, cuándo con el otro. Una de las patas delanteras araña el suelo por breve tiempo y arroja la tierra hacia la pata trasera correspondiente, muy bien dispuesta para retirarse de la boca del agujero. Cuando se ha fatigado un lado, empieza el opuesto, y así prosiguen alternativamente. Observé a uno por largo tiempo, hasta que estuvo medio sepultado, y entonces, acercándome, le cogí de la cola y le hice salir. Esto le sorprendió, como es natural, y volviéndose a mí se me quedó mirando de hito en hito, como diciendo: «¿Por qué me ha tirado usted de la cola?»

Comen por el día, y no se alejan mucho de sus agujeros; si se los asusta huyen a ellos de la manera más desgarbada. A causa de la posición lateral de sus patas, según parece, no pueden correr mucho si no es cuesta abajo. No son tímidos; cuando se les pone delante alguien, se quedan mirándole atentamente, retuercen la cola, volviendo la punta hacia arriba, se levantan sobre sus patas delanteras, mueven la cabeza verticalmente con rapidez e intentan parecer fieros; pero en realidad no lo son, pues basta dar una patada en el suelo para que bajen la cola y huyan tan aprisa como pueden. Con frecuencia he observado lagartijas muscívoras que al encararse con alguno hacen demostraciones idénticas, ignoro con qué objeto. Si a este Amblyrhynchus se le detiene y golpea con un palo, le muerde con furia; pero habiendo cogido a varios por la cola, nunca intentan hacer lo mismo. Cuando se pone a dos frente a frente, pelean y se dan terribles mordiscos, haciéndose sangre.

Los lagartos de esta especie que habitan las regiones bajas (y son los más numerosos) apenas prueban una gota de agua en todo el año; pero comen gran cantidad de suculento cactus, cuyas ramas caen a menudo tronchadas por el viento. Varias veces les eché algunos trozos de dicha planta cuando había varios juntos, y era divertido verlos luchar para cogerlos y llevárselos en la boca, como hacen los perros hambrientos con los huesos. Comen con gran avidez, pero sin masticar el alimento. Los pájaros saben lo inofensivos que son, y he visto a un picogordo saciar su apetito en el extremo de un cactus (planta muy buscada por todos los animales de las partes bajas de las islas) mientras uno de estos lagartos estaba comiendo en el otro extremo, y poco después el avecilla se posó en el lomo del reptil con la más absoluta indiferencia.

Abrí los estómagos de varios, y los encontré llenos de fibras vegetales y hojas de diferentes árboles, en especial de una acacia. En las regiones altas viven principalmente de las bayas, ácidas y astringentes, de las guayabitas, y bajo ellas he visto estos lagartos comiendo juntos con enormes tortugas. Para procurarse las hojas de acacia trepan a los ejemplares enanos y achaparrados, y no es raro ver a un par de ellos ramoneando tranquilamente sobre una rama que se alza sobre el suelo varios pies. Cocidos estos lagartos dan una carne blanca, de que gustan las personas que no conocen escrúpulos en punto a manjares. Humboldt ha hecho notar que todos los lagartos habitadores de regiones secas intertropicales de Sudamérica están considerados como excelentes para la mesa. Los galapaguinos aseguran que los de las regiones altas y húmedas beben agua, pero que los otros no suben a buscarla, como las tortugas, desde las tierras bajas y estériles. En la época de nuestra visita, las hembras estaban repletas de huevos numerosos, grandes y alargados. Hacen la puesta en sus madrigueras, y los isleños los buscan para utilizarlos como alimento.

Las dos especies de Amblyrhynchus convienen, según dejo dicho, en la estructura general y en muchos de sus hábitos. Ninguna de ellas posee la agilidad característica de los géneros Lacerta e Iguana. Ambas son herbívoras, si bien la clase de plantas que comen se diferencian mucho. Mr. Bell ha dado nombre al género fundándose en la brevedad del hocico; realmente, la forma de la boca puede casi compararse con la de la tortuga; de suerte que el naturalista se siente inclinado a suponer en estos reptiles una adaptación a sus instintos herbívoros. Resulta, pues, interesantísimo hallar un género bien caracterizado, con sus especies marina y terrestre circunscritas a una porción limitada del globo. Sobre todo, la especie acuática es notabilísima, por comprender los únicos lagartos que viven de plantas marinas. Según he dicho al principio, lo particular de estas islas es no tanto el número de especies de reptiles como el de individuos; cuando recuerdo los apisonados senderos hechos por millares de tortugas de tierra, las numerosas de mar, las grandes extensiones minadas por los agujeros del Amblyrhynchus terrestre, y los grupos de la especie marina, que suelen tomar el sol en las rocas costeras de todas las islas, me veo forzado a admitir que no hay otra región del mundo donde este orden reemplace a los mamíferos herbívoros en tan extraordinaria manera. El geólogo, al tener noticia de este caso, recordará tal vez la época secundaria, cuando la tierra y el mar eran hervideros de lagartos, unos herbívoros, otros carnívoros, de dimensiones sólo comparables con nuestras ballenas hoy existentes. Al propio tiempo deberá fijar la atención en que este archipiélago, en lugar de poseer un clima húmedo y una vegetación exuberante, no puede ser considerado como extremadamente árido y bastante templado para ser región ecuatorial.

Voy a terminar con la zoología. Las 15 especies de peces marinos que pude procurarme aquí son todas nuevas; pertenecen a 12 géneros, diseminados en un área bastante amplia, excepto el Prionotus, cuyas cuatro especies previamente conocidas viven en la parte oriental de América. En cuanto a conchas terrestres, recogí 16 especies (y dos variedades bien marcadas), todas peculiares de este archipiélago, exceptuando un Helix hallado en Tahiti; una sola concha de agua dulce (Paludina) es común a Tahiti y Tasmania. Mr. Cuming, con anterioridad a mi viaje, se procuró 90 especies de conchas marinas, sin incluir varias -no examinadas aún en particular- de Trochus, Turbo, Monodontay Nassa. Me ha dado noticias de sus interesantes resultados: de las 90 conchas, nada menos que 47 son desconocidas en todas las restantes partes del globo; hecho maravilloso si se atiende a lo ampliamente distribuidas que están de ordinario las conchas marinas. De las 43 conchas halladas en otras partes del mundo, 25 habitan la costa occidental de América, y de ellas ocho son clasificables como variedades; las 18 restantes (incluyendo una variedad) fueron recogidas por Mr. Cuming en el archipiélago Low, y algunas de ellas también en las Filipinas. Merece notarse el hecho de que se encuentren aquí conchas procedentes de islas de las partes centrales del Pacífico, porque no se conoce una sola concha marina que sea común a las islas de este océano y a la costa occidental de América. La extensión de mar franca que se extiende al Norte y al Sur, frente a la costa occidental, separa dos provincias conquiliológicas enteramente distintas; pero en el Archipiélago de los Galápagos tenemos un territorio independiente, donde se han creado muchas formas nuevas y donde esas dos grandes provincias conquiliológicas han enviado cada una varios colonos. La provincia americana ha suministrado también sus especies que la representen aquí, porque hay una especie galapaguina de Monocerus, género que sólo se halla en la costa occidental de América, y también existen especies galapaguinas de Fissurella y Cancellaria, géneros comunes en la costa occidental, pero no halladas (según me comunica Mr. Cuming) en las islas centrales del Pacífico. Por otra parte, hay especies galapaguinas de Oniscia y Stylifer, géneros comunes a las Indias Occidentales y a los mares de la China e India, pero que no se han encontrado ni en la costa occidental de América ni en la central del Pacífico. Cúmpleme añadir aquí que después de la comparación, hecha por les Sres. Cuming e Hinds, de unas 2.000 conchas procedentes de la costa oriental y occidental de América, no se halló más que una sola concha común, a saber, la Purpura patula, que habita las islas occidentales, la costa de Paraná y los Galápagos. Tenemos, pues, en esta parte del mundo tres grandes provincias marinas conquiliológicas enteramente distintas, aunque sorprendentemente próximas unas a otras, pues sólo están separadas por largas zonas, ya de tierra, ya de mar franca, al Norte y al Sur.

Gran empeño puse en recoger insectos; pero, exceptuando Tierra del Fuego, nunca vi un territorio tan pobre en este particular. Aun en las regiones altas y húmedas hallé muy pocos, fuera de algunos diminutos Dípteros e Himenópteros, en su mayor parte comunes en todo el mundo. Como antes he advertido, los insectos, para ser una región tropical, tienen pequeñísimo tamaño y colores obscuros. De coleópteros recogí 25 especies (sin contar un Dermestes y un Corynetes, importados a todos los lugares en que tocan los barcos); dos de ellos pertenecen a los Harpálidos; dos, a los Hidrophílidos; nueve, a las tres familias de Heterómeros, y los 12 restantes, a otras tantas familias diferentes. Esta circunstancia de que un contado número de insectos (y puedo añadir también de plantas), aunque pocos en número, pertenezcan a muchas familias diferentes, es, según creo, muy general. Mister Waterhouse, que ha publicado una relación de los insectos de este archipiélago, y a quien debo los detalles anteriores, me dice que hay varios géneros nuevos, y que de los géneros no nuevos, uno o dos son americanos, y el resto, mundiales. Exceptuando un Apate xilófago y uno, o probablemente dos, escarabajos de agua, oriundos del continente americano, todas las especies parecen ser nuevas.

La botánica de este archipiélago es, en absoluto, tan interesante como la zoología. El Dr. J. Hooker piensa publicar pronto en las Linnean Transactions una relación completa de la flora, y a él le debo muchos de los detalles siguientes: De plantas fanerógamas, de lo que hasta el presente es conocido, hay 185 especies, y 40 de criptógamas, haciendo un total de 225, número del que he tenido la fortuna de traer a Inglaterra 193. Entre las fanerógamas hay cien especies nuevas, y probablemente confinadas en este archipiélago. El Dr. Hooker supone que, de las plantas que no son tan exclusivas de estas islas, al menos 10 especies, halladas cerca del terreno cultivado en la isla Charles, han sido importadas. Es a mi juicio sorprendente que no se hayan introducido más especies americanas, teniendo en cuenta que la distancia del continente es sólo de 500 a 600 millas, y que (según Collnett, pág. 58) las olas arrojan a menudo a las costas del Sudeste madera de deriva, bambúes, cañas y frutos de una palma. La proporción de 100 plantas fanerógamas entre 185 (o 175 excluyendo las malezas importadas) enteramente nuevas es suficiente, según creo, para hacer del Archipiélago de los Galápagos una provincia botánica distinta; pero esta flora no es tan peculiar como la de Santa Elena, ni, a lo que me hace saber el Dr. Hooker, como la de la isla de Juan Fernández. La peculiaridad de la flora galapaguina se pone sobre todo de manifiesto en ciertas familias; así, hay 21 especies de Compuestas, de las que 20 son m de este archipiélago; esas especies pertenecen a ¡12 géneros, y de ellos, 10 nada menos viven sólo en este grupo de islas!... Me participa el referido doctor Hooker que la flora galapaguina tiene indudablemente un carácter americano del Oeste, y que no puede descubrir en ella ninguna afinidad con la del Pacífico. De modo que si exceptuamos las 18 conchas marinas, una de agua dulce y otra de tierra, que al parecer han llegado aquí emigradas de las islas centrales del Pacífico, y asimismo la única especie evidente de igual origen que se halla entre los picogordos galapaguinos, vemos que este archipiélago, si bien está en el Océano Pacífico, zoológicamente forma parte de América.

Si tal carácter se debiera sólo a las especies inmigrantes que han llegado a las islas de los Galápagos procedentes de América, poco de particular habría en ello; pero es un hecho que una gran mayoría de los animales terrestres y más de la mitad de las plantas fanerógamas son aborígenes. Fue de lo más sorprendente que pude imaginar verme rodeado de nuevas aves, nuevos reptiles, nuevas conchas, nuevos insectos, nuevas plantas, y sin embargo, por innumerables pormenores y minucias de estructura, y aun por el timbre de voz y el plumaje de las aves, tener ante mis ojos una representación de las templadas llanuras de Patagonia o de los cálidos y secos desiertos del norte de Chile. ¿Por qué en estos pedacitos de tierra, que en su período geológico reciente deben de haber estado cubiertos por el océano; que están formados de lava basáltica, y por tanto se diferencian, en el carácter geológico, del continente americano, y se hallan colocados bajo un clima peculiar, y poseen seres orgánicos aborígenes asociados, tanto en especie como en número, en proporciones distintas de las del continente, sometidas, por tanto, a diferentes influencias recíprocas...; por qué, repito, han sido creados sobre tipos americanos de organización? Es probable que el grupo de islas de Cabo Verde se parezca en todas sus condiciones físicas a las islas de los Galápagos mucho más que esta última a las costas de América, aunque los habitantes aborígenes de los dos grupos sean totalmente dispares. Los del Cabo Verde llevan la impronta de África, y los del Archipiélago de los Galápagos, la de América.

Hasta ahora no he indicado el rasgo más notable de la Historia Natural de este archipiélago, y es que las diferentes islas, en una extensión considerable, están habitadas por conjuntos diferentes de seres. El vicegobernador, Lawson, me llamó la atención sobre este hecho, manifestándome que había notables diferencias entre las tortugas de las diversas islas, y que podía discernir con toda seguridad la isla de donde procedía cada una. Por algún tiempo no presté gran atención a este aserto, y ya había mezclado en parte las colecciones de dos islas. Nunca pude figurarme que unas islas separadas por 50 o 60 millas de distancia, y la mayor parte a la vista unas de otras, formadas precisamente de las mismas rocas, gozando de un clima idéntico, y que se levantan casi a la misma altura, estuvieron pobladas por seres orgánicos diferentes; pero pronto veremos que así sucede. Parece signo adverso de casi todos los viajeros tener que salir precipitadamente de una localidad en cuanto han descubierto lo más interesante que hay en ella; sin embargo, quizá debo dar gracias porque obtuve suficientes materiales para establecer este hecho notable en la distribución de los seres orgánicos.

Los habitantes, como he dicho, se precian de saber distinguir las tortugas procedentes de las diferentes islas, y aseguran que no sólo se diferencian en el tamaño, sino en otros caracteres. El capitán Porter ha descrito las de Floreana y las de Española, que es la más próxima a ella, diciendo que sus espaldares son gruesos y vueltos hacia arriba, como una silla de montar española, mientras que las tortugas de la isla James se distinguen por ser más redondas, negras, y por tener un sabor más agradable después de cocidas. Sin embargo, Mr. Bibron me participa que ha visto lo que considera dos especies distintas de tortugas, procedentes de los Galápagos, aunque ignora de qué islas. Los ejemplares traídos por mí a Inglaterra, cogidos de tres islas, eran jóvenes, y probablemente debido a esta causa ni Mr. Cray ni yo logramos descubrir en ellas ninguna diferencia específica. He observado que el Amblyrhynchus marino era mayor en la isla de Isabela que en otras partes, y el citado Mr. Bibron me notifica que conoce dos distintas especies acuáticas de este género; de modo que las diferentes islas tuvieron probablemente sus especies representativas o razas de Amblyrhynchus, así como de tortugas. La primera vez que este hecho provocó mi atención fue cuando al comparar los numerosos ejemplares de sinsontes o pájaros mimos que había cazado en diversos puntos, con gran asombro descubrí que todos los de la isla de Floreana pertenecían a una especie (Mimus trifasciatus); todos los de Isabela, al M. parvulus, y todos los de Santiago y San Cristóbal -entre las que hay interpuestas otras dos islas, como para enlazarlas-, al M. melanotis. Estas dos últimas especies son muy afines, y algunos ornitólogos las consideran como razas o variedades muy marcadas; pero el M. trifasciatus es enteramente distinto. Por desgracia, la mayoría de los ejemplares de la tribu de los picogordos estaban todos mezclados; pero tengo poderosas razones para suponer que algunas especies del subgrupo Geospiza viven confinadas en islas separadas. Si cada una de éstas tiene sus representantes especiales de Geospiza, esto ayudaría a explicar el grandísimo número de especies de dicho subgrupo en un archipiélago tan pequeño, y, como probable consecuencia del número, la serie perfectamente graduada en el tamaño de sus picos. Se logró adquirir dos especies del subgrupo Cactornis y dos del Camarhynchus en el archipiélago, y de los numerosos ejemplares de estos dos subgrupos cazados por cuatro colectores en la isla James se vio que todos pertenecían a alguna especie de las primeras, mientras que los numerosos ejemplares muertos a tiros, bien en San Cristóbal, bien en Floreana (porque todos estaban mezclados), pertenecían a las otras dos especies; de donde podemos estar seguros que dichas islas poseen especies representativas de estos dos subgrupos. En cuanto a las conchas terrestres, esta ley de distribución no parece cierta. En mi reducida colección de insectos, Mr. Waterhouse halla que entre los rotulados con su respectiva localidad no hay ninguno común a dos de las islas.

Por lo que ahora toca a la flora, veremos que las plantas aborígenes de las diferentes islas son prodigiosamente distintas. Los resultados que pongo a continuación están abonados por la gran autoridad de mi amigo el Dr. J. Hooker. Debo advertir desde luego que recogí sin distinción todas las flores halladas en las diferentes islas, y que, por fortuna, guardé por separado mis colecciones. Sin embargo, no hay que fiar demasiado de los resultados proporcionales, puesto que las pequeñas colecciones traídas a Inglaterra por algunos otros naturalistas ponen de manifiesto lo mucho que aún es preciso estudiar la botánica de este grupo; fuera de eso, hasta ahora sólo se han examinado imperfectamente las Leguminosas.
Por este cuadro vemos patentizado el hecho, verdaderamente prodigioso, de que en la isla James (Santiago), de las 38 plantas galapaguinas o que no se hallan en otras partes del mundo, 30 están exclusivamente confinadas en esta isla, y en la de Isabela, de 26 plantas aborígenes galapaguinas, 22 están confinadas en esta isla; de modo que sólo cuatro se crían en otras islas del archipiélago; y así sucede, como se muestra en la tabla anterior, con las plantas de las islas de San Cristóbal y Floreana. Para hacer resaltar esta curiosísima distribución citaré algunos casos particulares: la Scalesia, notable género arborescente de las Compuestas, está confinada en este archipiélago; tiene seis especies: una de San Cristóbal, otra de Isabela, otra de Floreana, dos de Santiago, y la sexta, de alguna de las tres últimas islas, no se sabe de cuál. Ninguna de estas seis especies habita al mismo tiempo en dos islas. Las Euphorbia, un género cosmopolita ampliamente distribuido, tienen aquí ocho especies, de las que siete viven confinadas en el archipiélago, pero ninguna de ellas se da a la vez en dos islas; los géneros Acalypha y Borreria, ambos de distribución mundial, tienen, respectivamente, seis y siete especies, y ninguno de ellos posee las mismas especies en dos islas, exceptuando una del último género. Las especies de las Compuestas son particularmente locales, y el Dr. Hooker me ha suministrado otros ejemplos notabilísimos de la diferencia de especies en las diversas islas. Además, observa que esta ley de distribución se cumple, no sólo respecto de los géneros confinados en el archipiélago, sino también de los diseminados en otras partes del mundo. De un modo análogo hemos, visto que las diferentes islas tienen sus especies propias de los géneros de tortugas terrestres, cosmopolitas, y de los pájaros mimos, sinsontes o burlones, ampliamente distribuidos por América, así como de los dos subgrupos galapaguinos de picogordos, y, casi con toda certeza, del género galapaguino Amblyrhynchus.

La distribución de los vivientes de este archipiélago no sería tan sorprendente si, por ejemplo, una isla tuviese un pájaro burlón y otra isla algún otro género algo distinto; si una isla poseyera su género peculiar de lagartos y una segunda otro distinto, o ninguno; o si las diferentes islas estuvieran habitadas, no por especies representativas de los mismos géneros de plantas, sino por géneros totalmente distintos, como hasta cierto punto sucede, pues un gran árbol que produce bayas en la isla James no tiene especie que le represente en la isla de Floreana. Pero lo que hace subir de punto mi asombro es que varias de las islas poseen sus peculiares especies de tortugas, sinsontes o burlones, picogordos, junto con numerosas plantas, y que estas especies tienen los mismos hábitos generales, ocupan sitios análogos y llenan sin duda los mismos fines en la economía natural de este archipiélago. Puede sospecharse que algunas de estas especies representativas de las diversas islas, al menos en el caso de la tortuga y de algunas aves, han de resultar, en fin de cuentas, razas bien caracterizadas; pero esto mismo ofrece un interés igualmente grande para el naturalista filósofo. He dicho que la mayor parte de las islas están a la vista unas de otras, y puedo puntualizar que la de Floreana dista sólo 50 millas de la parte más próxima de la isla de San Cristóbal y 33 de la parte más cercana de la isla de Isabela. La isla de San Cristóbal está a 60 millas de la parte más vecina de la isla James; pero hay entre ellas dos islas intermedias que no visité. La isla de Santiago está solamente a 10 millas de la parte más próxima de la isla de Isabela; pero los sitios en que se hicieron las colecciones están a la distancia de 32 millas, Debo repetir que ni la naturaleza del suelo, ni la altura del mismo, ni el clima, ni el carácter general de los seres asociados, ni, por tanto, su acción recíproca, pueden diferir mucho en las diversas islas. Si existe alguna diferencia apreciable en su clima, debe de ser entre el grupo de barlovento -esto es, islas de Floreana y San Cristóbal- y el de sotavento; pero, según parece, no se nota la diferencia correspondiente en las producciones de estas dos mitades del archipiélago.

Tal vez arroje alguna luz sobre el peculiar carácter de las producciones vegetales y animales de las diversas islas, y es el único dato que puedo aportar para explicarlo, la circunstancia de que estuvieran aisladas las islas septentrionales y. meridionales por corrientes marinas que se dirigieran al O. o al ONO.; de hecho, entre las islas del Norte se ha observado una gran corriente Noroeste, que sin duda establece una separación eficaz entre la isla de Santiago e Isabela. Como el archipiélago está exento de huracanes y fuertes vientos en grado excepcional, no es verosímil el traslado atmosférico de aves, insectos o semillas ligeras de unas islas a otras. Y, por último, la inmensa profundidad del océano entre las islas y su origen volcánico, al parecer reciente (en sentido geológico), hace en extremo improbable que hayan estado nunca unidas: y ésta acaso es una consideración mucho más importante que cualquiera otra, por lo que hace a la distribución geográfica de los seres que las habitan. Repasando los hechos referidos, el ánimo se llena de asombro ante la magnitud de fuerza creadora, si tal expresión cabe, desplegada en estas pequeñas, yermas y rocosas islas, y más todavía de su diversa, aunque análoga, acción sobre puntos tan próximos unos a otros. He dicho que el Archipiélago de los Galápagos podría llamarse un satélite del continente americano; pero mejor se denominaría un grupo de satélites físicamente semejantes, orgánicamente distintos, pero estrechamente relacionados entre sí, y todos en grado notable, aunque mucho menor, con el gran continente americano.

Terminaré mi descripción de la Historia Natural de estas islas exponiendo la extraordinaria mansedumbre de las aves.

Esta cualidad es común a todas las especies terrestres, a saber: los sinsontes o burlones, picogordos, reyezuelos, muscívoras tiranas, alondras y rapaces carroñeras. Todas ellas se acercaban a menudo suficientemente para poderlas matar con una varita, y algunas veces intenté hacerlo con una gorra o sombrero. Una escopeta aquí es casi superflua, porque con el cañón derribé un halcón que estaba posado en la rama de un árbol. Un día, estando echado en el suelo, se posó un pájaro mimo o burlón en el borde de una vasija, hecha de concha de tortuga, que yo tenía asida, y empezó a beber tranquilamente el agua; me permitió levantarle del suelo en la vasija y casi cogerle de las patas, cosa que estuve a punto de conseguir. Esta misma experiencia la repetí con otras aves. En tiempos pasados, las aves han debido de ser más mansas que al presente. Cowley (el año 1684) dice que «las tórtolas eran muy mansas y se posaban a menudo en nuestros sombreros y hombros, de modo que podíamos cogerlas vivas; no huían del hombre hasta después que alguno de los nuestros les dispararon varios tiros, con lo que se hicieron más esquivas». También Dampier, en el mismo año, refiere que un hombre caminando a pie podría matar en una mañana seis o siete docenas de estas aves. Al presente, aunque sin duda muy mansas, no se posan en los brazos de las personas, ni se dejan matar en tanto número. Es extraño que no se hayan hecho más bravías, porque estas islas, durante los últimos ciento cincuenta años, han sido visitadas frecuentemente por filibusteros y pescadores de ballenas, y, además, los marineros que recorren los matorrales en busca de tortugas se entretienen, cruelmente, en matar las avecillas que se ponen a su alcance. Pero aquí siguen todavía mansas, a pesar de la persecución. En la isla de Floreana, colonizada desde hace cosa de seis años, vi un muchacho sentado junto a un pozo, y con una varita en la mano, matando las palomas y picogordos que acudían a beber. Cuando, llegué había cazado ya un montoncito de ellas para la comida, y me dijo que siempre había tenido la costumbre de apostarse en este sitio con el mismo objeto. Diríase que las aves de este archipiélago, no habiendo aprendido todavía que el hombre es un animal más peligroso que la tortuga o el Amblyrhynchus, se le acercan sin temor, al modo que en Inglaterra ciertas aves esquivas, las urracas, por ejemplo, se aproximan a las vacas y caballos que pastan en los campos.

Las islas Malvinas ofrecen otro ejemplo de poseer aves igualmente mansas. La extraordinaria mansedumbre del pequeño Opetiorhynchus ha sido observada por Pernety, Lesson y otros viajeros. Pero tal propiedad no se observa sólo en dicha avecilla: el Polyborus, la agachadiza, el ganso de montaña y tierra baja, la calandria, y hasta algunos halcones, la poseen también, en grado mayor o menor. Como el caso se da en parajes donde hay zorros, halcones y búhos, podemos inferir que la ausencia de tales animales rapaces en el Archipiélago de los Galápagos no es la causa de su mansa condición. Los gansos de montaña de las islas Malvinas manifiestan, en las precauciones que toman al construir sus nidos en las islitas, que conocen el peligro procedente de los zorros; mas no por eso se muestran esquivos respecto del hombre. La mansedumbre de las aves, y en especial la de las pollas de agua, forma singular contraste con los hábitos de la misma especie en Tierra del Fuego, donde los salvajes las han venido persiguiendo por espacio de siglos. En las islas Malvinas, los cazadores matan a veces en un día más gansos de montaña que los que pueden llevar a casa, mientras que en Tierra del Fuego cuesta cazar uno casi tanto como en Inglaterra un pato salvaje común.

En tiempo de Pernety (1763), todas las aves parecían haber sido menos esquivas que al presente, pues asegura que el Opetiorhynchus llegaba casi a posársele en el dedo y que con una varita mató 10 en media hora. En ese período, las aves deben de haber sido tan mansas como lo son ahora en las Islas de los Galápagos. Al parecer, aquí han aprendido a precaverse contra el hombre más lentamente que en las islas Malvinas, donde han tenido medio de adquirir experiencia, pues además de las frecuentes visitas hechas por los barcos, esas islas han estado a intervalos colonizadas durante largos períodos. Aun antiguamente, cuando todas las aves eran tan mansas, fue imposible, según refiere Pernety, matar el cisne de cuello negro, ave de paso, que probablemente llevó consigo la prudencia aprendida en países extranjeros.

Puedo añadir que, al decir de Du Bois, todas las aves de la isla Borbón (en las Malvinas) en 1571-72, con la excepción de flamencos y gansos, eran tan extremadamente mansas, que podían cogerse con la mano o matarse a palos tantas como se quisieran. Además, en Tristán de Acunha, en el Atlántico, Carmichael afirma que sólo dos aves de tierra, un tordo y una calandria, eran «tan mansos que se dejaban coger con una red de mano». De estos varios hechos podemos, a lo que creo, concluir, en primer lugar, que la esquivez de las aves con respecto al hombre es un instinto particular dirigido contra él, y que no depende, en general, de las precauciones sugeridas por otras fuentes de peligro; y en segundo lugar, que las aves, individualmente consideradas, no lo adquieren en breve tiempo por más que se las persiga, si bien llega a ser hereditario en el curso de sucesivas generaciones. En los animales domesticados tenemos costumbre de ver nuevos hábitos mentales o instintos adquiridos que se convierten en hereditarios; pero tratándose de animales en estado de naturaleza, ha de ser siempre más difícil descubrir casos de conocimiento adquirido y conservado por virtud de la herencia. En cuanto a la esquivez de las aves respecto del hombre, no hay modo de explicarla sino por hábito adquirido: pocas aves jóvenes suelen recibir daño del hombre en Inglaterra, al menos relativamente, si se limita la observación a un año cualquiera, y, no obstante, casi todas, incluso los pollos, huyen de la gente. En cambio, en el Archipiélago de los Galápagos y en las islas Malvinas las aves han sido perseguidas y cazadas por viajeros y colonos, y a pesar de ello no han aprendido a temer al hombre. De estos hechos podemos inferir el enorme trastorno que debe de causar en un país la introducción de un nuevo animal de presa antes que los instintos de los seres indígenas se adapten a la astucia o fuerza del intruso.
Lápida de Charles Robert Darwin en la abadía de Westminster, Londres

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